30 septiembre, 2021

De raíz

Hace un par de meses que estoy trabajando desde mi pueblo, el lugar del que vengo. Esto no tendría nada de excepcional si no fuese porque este es el sitio del que hasta ahora, siempre había querido huir.

 

Años después de darme el alta médica con 18 años, empecé a preguntarme por qué y cuáles habían sido las causas que me habían llevado a padecer esta enfermedad. Las terapias, mis lecturas e investigaciones posteriores, me ayudaron a comprender que no había una única causa, sino que se trataba de la resultante de una combinación de factores genéticos, psicológicos, socioculturales, familiares y personales.

 

Mis padres, mi familia y mis antepasados han vivido siempre aquí, al igual que yo hasta que con 10-11 años me fui a un internado. Esto fue lo que me llevó a pensar que en mi búsqueda del porqué, mi pueblo y todo lo que lo envuelve, tenía mucho que contarme.

 

Desde que me fui a un internado nunca había pasado aquí más de 15 días seguidos. Llegaba contenta, activa, vital y, a las pocas horas, empezaba a sentirme pequeña, insegura y con mucho miedo. Sentía mucha rabia y un fuerte rechazo hacia todo lo que tenía que ver con este lugar. Era incapaz de ver nada positivo.

 

Este es el lugar donde sufrí bullying, acoso y violencia machista por parte de compañer@s de clase. El lugar donde aparte de muchas cosas buenas, heredé dolor, tristeza y miedos. Es el lugar donde hubo gente que se alegró de mi enfermedad y me dijo abiertamente que estaría mejor muerta. Es aquí donde he tenido durante muchos años miedo a salir a la calle por si me encontraba con personas que pudieran seguir atacándome. El lugar donde mi vida y mi cuerpo han sido constantemente analizados, manipulados y juzgados.

 

Con los años me he ido dando cuenta de que alejarme durante mucho tiempo de aquí me ha ayudado a ver las cosas desde otra perspectiva. Me ha permitido descubrirme, sentirme y conocerme más allá de la imagen que yo misma me había creado de mí. Sin embargo, me fui dando cuenta de que mis intentos de borrar y olvidar no funcionaban. Me resultaba imposible construir una nueva vida sobre unas raíces que aún me dolían tanto.

 

Mi proceso de sanación con este lugar empezó a dejarme frutos en mayo del año pasado. Después de meses de confinamiento encerrada en un piso con vistas a edificios colindantes, decidí venirme aquí. Llegué de Barcelona y cuando abrí la puerta de mi casa y vi las montañas, el río y todo el verde, rompí a llorar.  De repente, el pasado dejaba de bloquearme y el mismo lugar en el que tanto había sufrido, me ayudaba a respirar, a expandirme, a sentirme libre, fuerte y profundamente conectada con el entorno. Nunca antes había sentido el enorme privilegio de haber nacido y crecido rodeada de naturaleza.

 

No sé bien qué es lo que ha pasado para que mi sensación al estar aquí haya dado tal giro. Imagino que si las causas de una enfermedad son multifactoriales, también lo serán las herramientas que nos llevan a curarnos y sanarnos. Lo que sí sé es que ahora me quiero quedar aquí unos meses más. Ya no quiero huir. Me gusta pasear por el monte, estar cerca de mis padres, de mi familia y también de los 4 o 5 amig@s que aquí conservo. El resto de gente, ni la veo. Ha dejado de preocuparme lo que piensen o digan de mí. Si me miran o dejan de mirarme.

 

El haberme reconciliado con este lugar me ha dado una fuerza y una ligereza que desconocía. La rabia ha desaparecido. Siento que estoy recargando pilas para volver a volar como a mí me gusta y me nutre hacer, pero que esta vez lo haré con las raíces sanas y poderosas. Me siento profundamente orgullosa de venir de aquí y de haber entendido el poder que la humildad y la resiliencia tienen en la calidad de vida humana. Es un auténtico placer después de 35 años de existencia, sentirme por fin en casa.

 

Sara