20 junio, 2022

Un cambio de perspectiva

Transitar un TCA es un proceso que requiere energía y no siempre encontraremos todas las respuestas desde el inicio

 

En mayor o menor medida, los seres humanos solemos resistirnos a los cambios. A menudo nos desestabilizan y ante ellos, podemos adoptar actitudes dañinas para nosotros que nos impiden transitarlos de una manera sana y con la energía necesaria.

Cuando un TCA entra en la vida de alguien supone un duro cambio tanto para la persona afectada como para su entorno. Entender qué está pasando y cómo nos sentimos, no es tarea fácil. En momentos de tal intensidad, resulta complicado aplicar el sentido común y la racionalidad ante la situación que estamos viviendo. Nuestros pensamientos y comportamientos se ven invadidos por las emociones que emanan del profundo dolor que sentimos (tristeza, impotencia, rabia, culpa, desesperación, incertidumbre, miedo…).

Cuesta aceptar que nuestra vida haya cambiado tanto y que nuestras prioridades y preocupaciones, ya no sean las mismas. Puede invadirnos la nostalgia de un pasado mejor, la culpa de haber hecho las cosas de una manera, el pánico y la impotencia de no saber qué hacer en un futuro o muy probablemente, la mezcla de todas ellas a la vez. Nos preguntamos con rabia ¿por qué a nosotros? y nos entristecemos ante la idea de sentirnos víctimas de un enemigo poderoso y desconocido que no podemos controlar por nosotros mismos.

Transitar un TCA es un proceso que requiere energía y no siempre encontraremos todas las respuestas desde el inicio. Tener constantemente la mirada puesta en el pasado para encontrarlas, suele resultar agotador, además de frustrante. Del mismo modo que pasarse el día entero culpabilizándose o victimizándose, nos desgasta y tampoco ayuda. Sea por lo que sea, ante momentos tan intensos, nos es más sencillo recrearnos en el miedo, el dolor o la rabia, que acordarnos de que la alegría también está entre nuestras herramientas. Por más complicado que sea lo que estemos viviendo, no pasa nada si no nos sentimos alegres en algún momento del día. Al fin y al cabo, reírnos nos sienta bien a todos, nos alivia el dolor y nos sentimos más ligeros.

Desdramatizar nuestra existencia es algo que nos choca y nos cuesta horrores hacer. Reírnos y relativizar ante un problema se sigue asociando a una falta de sensibilidad, de responsabilidad o de empatía: como si no fuésemos capaces de entender la dureza del momento transitado. Nada más lejos de la realidad. Desde mi propia experiencia he ido comprobando el efecto positivo que tiene el cambiar la perspectiva de cómo veo las cosas. A veces aún pienso cómo sería mi vida si no hubiese aprendido a reírme de mí misma, de mis errores, de mis fracasos, de mis crisis, de mis miedos…Dramatizar nuestros problemas ya de por sí dramáticos, puede que sea lo que más aceptado esté socialmente, pero no es para nada lo que más nos ayudará a afrontarlos. El problema es el mismo le apliques la perspectiva que le apliques.

Aprender a desdramatizar no le quita ni un ápice de importancia a lo vivido, pero sí que nos libera, nos alivia y nos aligera, lo cual nos ayuda a mantener la energía que, día a día, vamos a necesitar para seguir luchando.

Sara (coach y recuperada de un TCA en primera persona)