5 mayo, 2025

¡FELIZ DÍA DE LA MADRE!

Ayer, primer domingo del mes de mayo, fue el día de la madre. Yo estaba en una boda, celebrando cómo dos personas que se quieren, se comprometen a estar juntos. La boda fue en un pueblo, rodeado de montañas, al borde de un pantano, y, cómo ha llovido tanto, estaba todo verde y precioso. En medio de todo el jaleo, me paré, miré a mi alrededor y pensé… ¡Qué afortunada! no pude evitar pensar que hubiera podido no estar ahí, que podría estar todavía encerrada dentro de la invisible cárcel de la anorexia, y cómo, especialmente gracias a mi madre, estaba ahí, en un pueblo de Ávila, bailando y riendo.

Cuando caí enferma, mi madre siempre creyó que yo iba a poder superar la enfermedad. Lo creyó aún cuando yo no lo hacía, incluso, a pesar de que mucha gente le dijera que esa enfermedad no se superaba nunca. Ella no los escuchó y siguió convencida. 

Mi madre luchó conmigo, lloró conmigo, fue dura cuando la enfermedad me envenenaba (ahora me río de alguna de sus frases en nuestras discusiones, tanta verdad que dolía), fue cariñosa cuando yo asomaba, estuvo confusa, estuvo triste, no durmió durante noches y noches. Sin embargo, aprendió sobre la enfermedad, me cogió de la mano, me envolvió con sus abrazos y me acompañó mientras yo iba empoderándome, aprendiendo a escucharme, lanzándome de nuevo a la vida.

Mi madre siempre me dice que mi enfermedad le sirvió a ella para hacer un proceso de aprendizaje sobre sí misma. Dice que mi enfermedad le enseñó tanto, que hasta puede estar agradecida. Esto último no sé yo si lo comparto, pero cuánto coraje se tiene que tener para querer aprender, cambiar y crecer. 

Así que hoy quiero dar las gracias a mi madre, por estar conmigo durante tan larga e incomprendida enfermedad, por no rendirse, por acompañarme siempre y por guiarme aún sin saber bien bien como se andaba ese camino.

¡Gracias!

María.