24 setembre, 2020

Inspiración

Cuando no encuentro inspiración para escribir, echo mano de los libros, subrayados y marcados con un lápiz casi siempre afilado. Este es el caso. Escribo estas líneas al límite de la fecha de entrega y aún no sé qué contaros. Así que hablaré de la vida, que no es poco.

 

Escribe Wislawa Szymborska: «Porque lo que amamos son las diferencias, no las similitudes». Es fácil estar a la moda, seguir las tendencias, empeñarse en tener el pelo de ella, los botines de aquella, incluso ese cuerpo definido de Instagram, si una le pone una buena dosis de avidez. Lo difícil es ser diferente y estar orgullosa de serlo. Y ahí, justo ahí, es donde podríamos enfocarnos todas, en marcar la diferencia. No por el resto, sino por nosotras mismas. Lo único malo de estas sabias palabras es que nos las creemos tarde, cuando ya hemos pasado por el colegio y la adolescencia.

 

En ‘Érase una vez una casa en llamas’, Andrea Ashworth cuenta: «Tía Livia era preciosa, pero tío Max no lo sabía, de modo que ella tampoco». Mirarse en el espejo del otro es, como poco, dejar nuestro amor propio en sus manos. Lo cual es bastante arriesgado. Llevo media vida haciéndome un espejo propio. Aún está en construcción, pero prefiero mirarme en él y no en otro. A veces hasta me gusta mi reflejo. Otras no, pero es el mío.

 

«Si hubiera llevado un diario del dolor, la única anotación habría sido una palabra: yo». Leo esta misma mañana esta frase de Philip Roth y mi memoria se va directamente a mis catorce años. Y a los quince, y a los dieciocho. Este podría haber sido mi diario de los siete años que pasé sumergida en esa otra yo que no podía respirar, ni sentir, ni vivir. Toda huesos, piel y dolor. Está bien recordar lo que fuimos, como dijo William Layton, «no hay que compararse nunca con los demás, porque siempre habrá alguien mejor o con más suerte. Lo efectivo es compararse con lo anterior de uno mismo». Me quedé más que satisfecha con la diferencia entre mi ayer y mi hoy: estaba desayunando, mi comida preferida del día.

 

Dice Isabel Coixet «creer consiste en querer creer». No se trata tanto de tener fe en la vida, que también hace falta, sino más bien de creerse, y crearse, una propia.

 

Todo lo que no sueño de noche, lo sueño despierta. La capacidad de soñar, de ilusionarse, es una de las cualidades que nos facilitan habitarnos, sobre todo cuando estamos desordenadas. También determina nuestra manera de estar en el mundo. Creo que vivir sin ilusión es vivir a medias. Lo dice Úrsula K. Le Guin: «Si puedes soñar un mundo, quizá puedas hacerlo realidad», y Juan José Millás: «Alguien que sale a la vida pensando que los sueños se realizan, no sé si sale con ventaja o con desventaja, pero sale con una actitud brutal». Pienso que soñar es confiar en que lo que nos espera más allá de nuestro aquí y ahora es mejor, y es por ello por lo que nuestro presente es el lugar ideal para empezar a trazar esa realidad que deseamos.

 

Amarse, mirarse, crecer, creer, soñar, confiar. Sacar punta a la vida, gastar los buenos momentos, afilar las ganas, dibujarnos, subrayar lo importante, también los fracasos, el dolor. Remarcar la experiencia. Anotar el aprendizaje en los márgenes. Y si es necesario, pasar página, arrancarla, cambiar de libro, de lápiz. O escribir una nueva historia, la tuya.