EL VERANO NO HA SIDO SIEMPRE SINÓNIMO DE ALEGRÍA Y FELICIDAD
Este fin de semana he hecho cambio de armario y he sacado la ropa de verano: pantalones cortos, faldas, camisetas de tirantes… Y me he vestido con uno de esos pantalones y una camiseta. Me he mirado al espejo, feliz y contenta. Me he sentido fuerte, me he sentido dueña de mi vida, me he sentido viva.
Mientras observaba mi reflejo ha habido un momento en el que el pasado ha entrado en mi mente para recordarme que toda esa felicidad que siento ahora, todo ese empoderamiento, ha sido gracias a una dura lucha que ha durado años y de la que he salido victoriosa.
Hace años la llegada de estos meses de calor eran un suplicio. Yo me sentía “segura” en mi ropa oscura, ancha, que me tapaba todo el cuerpo. El tener que mostrar una pequeña parte de mis brazos, de mis piernas, de mi tripa…era mi peor pesadilla. Temía el ponerme un pantalón que dejase a la vista mis piernas, unas piernas que odiaba y que sentía feas y horrorosas. Tener que vestirme con camisetas de manga corta, más ajustadas, y dejar que se marcase la forma de mi cuerpo me producía ansiedad, y terminaba llorando y sin salir de casa. Y de quedar para ir a la piscina o la playa (es decir, tener que ponerme un bañador o bikini) mejor ni hablar.
Todo ello gracias a la enfermedad que me hizo odiar mi cuerpo y maltratarlo hasta el punto de desear arrancar mi alma de él, separarme de mi parte física porque la sentía como un enemigo, como algo de lo que avergonzarse.
He tenido que recorrer un largo camino. Primero para darme cuenta que la enfermedad no era mi amiga ni mi compañera, y que mi cuerpo, al contrario de lo que me hacía creer el trastorno, no era mi enemigo, sino mi compañero de viaje, gracias al cual podía hacer todas las cosas que hago hoy en día en mi vida.
Después vino otra larga etapa en la que pedí perdón a mi cuerpo por todos los años de maltrato, en el que lo acepté, me acepté, y aprendimos a amarnos el uno al otro. Un proceso largo y doloroso, pero que superé y gané, y mediante el cual hoy puedo vivir sin odiarme, ni a mi ni a mi cuerpo. Me acepto, me quiero, me respeto.
Hoy mirándome al espejo me alegro de haber luchado hasta el final. Es cierto que muchas veces pensé en tirar la toalla, pero no lo hice. Gracias a esa perseverancia, hoy puedo disfrutar de pequeñas cosas de la vida como ponerme la ropa que quiera sin sentirme mal, sin empezar una guerra interna conmigo misma.